No se cómo estarán las cosas ahí fuera, pero hace años, antes de todo esto y de las consabidas crisis que han estado por aquí, llevar una nómina a tu banco por primera vez era sinónimo de alegría y alarma inequívoca de que ya eras adulto.
Con eso, las opciones eran varias: una vajilla, una aspiradora, unos bonos en algún producto que daba dinero seguro y un DVD con una colección de películas que irían llegando como buenamente pudieran, previo pago del rescate para su liberación pormenorizada, alargándose en el tiempo lo que fuese necesario..
Imagino que casi por descarte o con la necesidad de que llegase el siglo veinte a aquel piso de VPO de los 60, mi hermana tuvo a bien elegir el reproductor DVD con su colección inagotable de películas para la historia.
Aquello era un batiburrillo de géneros cercano al saldo del cierre de un videoclub, estableciendo la teoría en los pasillos de casa de que era el castigo a pagar por los crímenes que ha hecho el ser humano a la sociedad; pero de entre Socios y sabuesos, Shine, Velocidad terminal o León, el profesional – y algún que otro título más que no recuerdo- destacaba una que debí ver demasiadas veces en tan corto periodo de tiempo.
Alta fidelidad era la respuesta al desamor con final feliz a principios del año 2000 -del mismo modo que 500 días juntos lo fue al final de esa década – pero romantizando al máximo el amor, la música y lo fácil que era vivir en Nueva York siendo autónomo, pagando dos sueldos, el alquiler de una tienda en un barrio cool y tener el mejor piso -aunque solo veíamos el salón- que Ikea podía darte.
Mi conocimiento musical en aquella época se concentraba en las canciones del workbook y la esperanza de vivir un nuevo día en el que poder disfrutar de un nuevo disco de Jarabe de Palo, por eso Alta fidelidad se convirtió en la ventana a ese otro mundo, lejano aún, de canciones y músicas que te llevarán a otros momentos y lugares a través de un agujero de gusano.
Las idas y venidas de John Cusack mientras hacia una playlist que no conocía, Jack Black antes de ser Jack Black y ver a Andy Dufresne con coleta hacía que siguieras adelante contra aquel envite de malas personas que lo único que querían hacer en su vida es que les fuera medianamente bien mientras abrazaban gustosamente el caos.
Del mismo que cuando rondas la adolescencia y tus aspiraciones son beber hasta perder el conocimiento para alcanzar la verdadera escritura como hacía tu ídolo Bukowski, Alta fidelidad fue la primera inmersión en el indie – por llamarlo de algún modo- que tuvimos algunos, en lo bien que está el estar mal y en lo necesario que es hacer listas para priorizar en la vida los fracasos.
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Alta fidelidad siempre ha sido una de mis cinco principales de todos los tiempos