Interesante condimento a la selección de películas del festival resultan los cinco cortometrajes incluidos en este Atlántida Film Fest. Con la flexibilidad que da el carácter casi experimental del cortometraje, y las ganas de sus realizadores de ofrecer algo que llame la atención, tenemos cinco títulos variados, tanto en su temática como en el género.
Era obligatoria la referencia a los movimientos migratorios. De manera directa lo hace Si no soy no puedo ser (Mario Torrecillas) contando la vida de un campo de refugiados sirios en Grecia a través de los ojos de una niña que, sin caer en sentimentalismos, da tanta importancia a lo que cuenta como a lo que calla.
De manera indirecta pero siendo fácil hacer la analogía, Clan (Stefanie Kolk), retrata el miedo al desconocido de una comunidad apacible e incluso generosa. Lástima que se quede en el discurso fácil y la moralina evidente, sin ofrecer un giro adicional o un mensaje complementario que la haga perdurar en la memoria del espectador.
Este subgrupo de películas lo cierra La disco resplandece (Chema García Ibarra), que refleja, en un detalle tan aparentemente nimio como las ganas de divertirse un sábado por la noche, los intereses de los emigrantes de segunda generación, de adaptarse al resto de jóvenes de su país sin perder los rasgos de su cultura familiar.
El comité (Gunhild Enger, Jenni Toivoniemi) aprovecha un detalle sencillo, banal, como es la elección de un monumento que señale el punto de la frontera común entre los tres países de la península escandinava, para reflejar con humor nórdico los elementos habituales en las relaciones entre ciudadanos de diferentes países europeos. La cordialidad da paso al chauvinismo y, si la conversación dura el tiempo suficiente, empiezan a aflorar prejuicios y viejos rencores.
Este recorrido de la generalidad a la concreción que hemos seguido (de Europa vista a través de sus relaciones con el exterior, a las relaciones entre países del continente para llegar a la observación de un país en relación a sí misma) se cierra en Because the world never ends (Maximilien Van Aertryck, Axel Danielson), un pseudocumental montado con imágenes rodadas durante la emisión de un informativo sueco durante el tiempo en que las cámaras no estaban en el aire. Parece que la intención del cortometraje es mostrarnos que lo que se considera relevante, lo que convertimos en noticia, se ve moldeado por nuestras preferencias y valoraciones personales (en este caso, además, dentro de una sociedad acomodada) más que por la repercusión que pueda tener el suceso en sí. Sin embargo, el mensaje carece de otro hilo conductor aparte del propio orden dentro del noticiario, lo que hace que estemos viendo la película más floja de las cinco, una suerte de Gran Hermano 0,0% en el que ni la crítica nos llega ni el montaje nos entretiene.
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