Si hay un niño desgraciado en el mundo ese es Efraín. Con solo 9 años y huérfano de madre, vive en la Etiopia contemporánea junto a su padre en un pequeño y pobre pueblecito sacudido por la sequía. Lo único que ha heredado de su madre es un cordero que ha crecido junto a él y que se ha convertido en su inseparable amigo. Chuni que así es como se llama la oveja, Efraín y su padre viajan hasta la granja de sus tíos para intentar vivir su futuro de la mejor manera posible. El trio se convertirá en dúo cuando el padre tenga que marcharse a la capital para buscar un trabajo que allí es inexistente.
Es el comienzo de las aventuras de Efraín y el comienzo también de una madurez a la que llega a toda prisa y casi sin pensar. La buena mano en la cocina que ha heredado de su progenitora le servirá para intentar ahorrar algo de dinero a la vista del futuro mortal que le espera a su mascota, servido como plato principal en las próximas fiestas. El cristianismo practicado por los familiares del niño contrasta con otras religiones tradicionales etíopes como el islamismo de la pastorcilla que al final se queda con Chuni o el judaísmo de la familia de la madre de Efraín.
Esta película casi autobiográfica del director Yared Zeleke, pretende mostrarnos las dos caras del país africano con una parte industrializada, moderna y otra rural, anclada en el pasado con maneras y tradiciones casi medievales. La ganadería y la agricultura son las principales fuentes económicas de todas estas granjas que también utilizan el trueque intercambiando algunos de sus excedentes productos con otros de los que carecen.
La visión que el director nos da sorprende y emociona por la crudeza de sus imágenes con una miseria representada en el grupo de ladronzuelos que persiguen y roban de vez en cuando a Efraín o en la más que humilde morada en la que vive el protagonista, un actor no profesional como todos los que participan en esta producción.
La música y la fiesta es parte de la vida rutinaria allí en las montañas con visitas entre granjeros para unir distintas casas. Los matrimonios jóvenes están a la orden del día con bodas concertadas desde la más tierna edad sin duda herencia de una tradición pasada. El director creció escuchando y viendo en la televisión películas de Bollywood y esto se traduce en escenas de danzas llenas de sentimiento donde se da rienda suelta a la improvisación.
Los momentos dramáticos y problemáticos por los que pasa Efraín que son muchos y continuos sirven para curtir al joven y hacer que vea la vida de otra manera, mucho menos inocente de lo que él creía. A eso ayuda su prima Tsion quien además de ser un apoyo y ayuda le abrirá los ojos y le motivará a que se interese por temas en nada apetecibles para un niño como puedan ser la política o la economía. Tsion se enfrenta al mundo que le rodea y que no entiende rebelándose a su destino. Allí las diferencias entre hombre y mujer están muy acentuadas con un reparto de roles y trabajos muy claro y cerrado. No está bien visto que el hombre cocine, la mujer debe realizar las tareas de la casa, los hijos deben obedecer y respetar a sus padres sobre todas las cosas, mandamientos que se obedecen a golpe de látigo o palo. Un machismo que a veces no es comprendido ni por unos ni por otros.
La primera película etíope que se ha presentado en el Festival de Cannes promete mucho y de calidad como por ejemplo las vistas y paisajes espectaculares al pie y en la cima de las montañas que debemos a la canadiense Josee Deshaies. Efraín es sueño, cuando recuerda los pasajes más felices de su vida pasada lejos de las Tierras Altas, es gastronomía cuando cocina sus deliciosas empanadillas samosas y es poesía en movimiento con una belleza de imágenes difícilmente igualable. El paso de la niñez a la edad adulta narrada a través de una cámara de cine o Richard Linklater solo en una hora y media.