El mito del vampiro vuelve a abandonar el mundo del folklore para colarse en una sala de cine. En Dracula Untold dejamos atrás a actores tan emblemáticos como Bela Lugosi, Christopher Lee o Gary Oldman que habían bordado su papel del monstruoso conde, para descubrir a un nuevo cachorro de la nueva hornada británica como es Luke Evans.
En esta ocasión la historia se centra en el origen del mítico personaje llevado a la literatura por Bram Stoker contándose las causas de su transformación de un valiente guerrero, Vlad el Empalador, al siniestro ser en el que se convirtió y deteniéndose en la humanidad que demostró, pese a todos los infortunios acaecidos en su tormentosa y funesta vida.
En Drácula, la leyenda jamás contada el terror se transforma en aventuras y acción a partes iguales y en la balanza entre amor y horror gana por goleada el sentimiento y la pasión que siempre demuestra profesar por su reino y por su familia, en este caso una abnegada esposa y un hijo que lo tiene en un altar.
En ocasiones parece que nos encontremos visionando un film de Tim Burton pues la oscuridad y las pieles blanquecinas campan a sus anchas por todo el metraje no obstante luego nos damos cuenta que el ritmo no obedece a ningún mandamiento de Burton. El director, el joven y debutante Gary Shore, bebe de las fuentes de las películas coetáneas a él en donde la acción es el vehículo para el lucimiento físico de los actores dejando a un lado diálogos demasiado estudiados.
El vestuario, incluida la maravillosa armadura que luce el protagonista y la fotografía nos hacen retroceder en el tiempo hasta un lugar y una época en donde la magia y la superstición podían olerse en el aire. De hecho, al ver Drácula, la leyenda jamás contada se tiene la certeza de que los efectos especiales se comen al guión. Una mala costumbre que se está haciendo habitual en este tipo de superproducciones de Hollywood.
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