Pensar que los documentales no son capaces de inscribirse en un género cinematográfico concreto, es caer en un tremendo error. La realidad también es capaz de asemejarse a un western, a un thriller o a una película de terror, teniendo la ventaja que la materia prima con la que trabajan es la realidad. Tea time (La once) es probablemente el documental más divertido de los últimos años, y como si de una buena ficción de comedia se tratase, su objetivo no es solamente hacer reír al espectador sino también hacerle reflexionar sobre determinados aspectos de la vida.
Las protagonistas de esta entrañable película son un grupo de ancianas que llevan más de 60 años quedando un día al mes para merendar. Aunque duela pensarlo, todas están cerca de la muerte y emplean este ritual como una terapia para desconectar y analizar lo que ha dado de sí sus vidas. Lo que más sorprende es que ninguna de ellas tiene miedo a la muerte, la aceptan y la entienden, probablemente porque conviven con ella viendo como la gente de alrededor (amigos y familia) van desapareciendo poco a poco. Tea time (La once) tiene una clara ventaja con la que hacernos reír: abuelitas divertidas que no sienten ningún pudor hablando de sexo, muerte, amor, familia y sobre todo de la vida, ya que ellas son unas grandes veteranas expertas en este tema. Todos hemos tenido una abuela con la que nos hemos reído ya sea por su visión de la vida, por las dificultades de adaptarse a los nuevos tiempos o simplemente por su carácter divertido. Si esto lo multiplicas por cinco, en una misma mesa, hablando de temas como la noche de bodas o viendo un partido de futbol, puedes hacerte a la idea de lo hilarante y graciosa que llega a ser la obra.
Maite Alberdi, la realizadora del documental, es nieta de una de estas abuelas, factor que facilita mucho la naturalidad con la que se desarrollan las conversaciones entre las entrañables abuelas. Acostumbrada a ver estas gigantes merendolas (llenas de pasteles, tartas e incluso alcohol) Alberdi consigue pasar desapercibida y no forzar demasiado el desarrollo de estos eventos. Se agradece que la documentalista se arriesgue con un estilo muy claro, la grabación de los encuentros a través de primeros planos muy cerrados de los rostros de las amigas. Al principio resulta incómodo y el espectador teme que haya sido una buena opción, pero se produce un contraste precioso: las arrugas y el paso de la edad observables en sus faces contrasta con la vitalidad y alegría que desprenden cada segundo.
Tea time (La once) consigue coronarse como una de las películas más divertidas de los últimos años sin ser necesariamente una ficción. La idea que desprende, la no necesidad de crear historias cómicas, sino la de encontrarlas en la vida real, es algo muchos artistas dedicados al mundo del cine deberían hacer.
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