Con la crisis de estrenos actual, se dan dos paradojas bastante curiosas: la primera, que muchos cines se están convirtiendo en el Phenomena, solo que sin ser gilipollas en redes sociales. La segunda, que dentro de un par de fines de semana alguien tendrá dudas sobre si ver Dersu Uzala, la obra maestra de Akira Kurosawa con quizá la historia de amistad más bella de la historia del cine, o Superagente Makey, con Leo Harlem como un policía muy entregado que es degradado tras un grave error, como pisar el cuello a una persona o vete tú a saber qué alegre tropelía.
Imaginad por un momento a esa persona, que ha decidido volver al cine en una calenturienta tarde de julio, buscando el arrullo del aire acondicionado y eligiendo entre una película en cuyo póster un señor amenaza con una chancleta al espectador o una de las películas más grandes jamás rodadas. Esa es la imagen del cine en verano de 2020, obligados a escoger entre Cinema paradiso y Padre no hay más que uno 2: la llegada de la suegra, Dersu Uzala y Superagente Makey o Parqué jurásico y ¡Scooby!.
Por supuesto que no tiene nada de malo disfrutar, con o sin cerebro reblandecido, de Leo Harlem, Santiago Segura o Scooby-Doo, pero la cartelera actual obliga a hacer unas comparaciones dañinas. Algo así como si te ofrecen unas croquetas Findus al lado del mejor plato de un restaurante de tres estrellas Michelin. Claro que me gustan las croquetas congeladas para salir del paso, pero cuesta comérselas con ganas sabiendo lo que hay al lado.
Esta introducción larguísima está expresamente escrita para evitar hablar de Dersu Uzala tanto tiempo como pueda. Durante los 45 años desde su estreno, gente muchísimo más inteligente y sabia que yo ha analizado cada uno de sus detalles hasta la extenuación, ha hablado todo lo posible sobre ella y la ha sabido exprimir hasta el punto de dejar a los que venimos detrás sin mucha argumentación nueva que dar.
Esto no es malo en absoluto: si Dersu Uzala es una de las películas de las que más se ha hablado en la historia del cine es porque se valora correctamente, es una joya con todas las de la ley que incluso en su momento supo ser apreciada y aplaudida (fue ganadora del Óscar a mejor película extranjera, ¡incluso viniendo de la URSS!) y que salvó, literalmente, la vida de Akira Kurosawa, que trató de suicidarse unos años antes debido al fracaso de Dodes’ka-den y a su despido de la producción de Tora! Tora! Tora!. Que su única película no rodada en japonés fuera un éxito como este tras un periodo de depresión profunda es absolutamente mágico.
Entonces, ¿de qué hablo? ¿Qué puedo contar para que aquellos que no hayan visto aún esta maravilla aprovechen para disfrutar de su nuevo máster digital? Dersu Uzala comienza con el final, mostrando un progreso capaz de comerse hasta las tumbas de los que ya no están. Parece baladí, pero no lo es: el progreso es una carga continua en los fotogramas de la película, obligada a contraponer el peligro y la osada libertad de la naturaleza con la tranquilidad y el aburrido confinamiento de la ciudad. Akira Kurosawa parece hablar continuamente por boca de Dersu, especialmente en todo lo relativo a la muerte, que tan de cerca le había tocado en años anteriores.
Dersu Uzala sirve para que Kurosawa expíe sus pecados, ponga todo lo que tiene en el asador (gracias, en parte, a que la productora Mosfilm le dio libertad absoluta) y vuelque una historia que llevaba años queriendo hacer, pero que sabía que costaría un potosí, y de la que solo estaría realmente satisfecho si la consiguiera rodar en la tundra rusa. La historia del capitán y Dersu es el telón de fondo de una película en la que no sobra ni un solo fotograma y que juega abiertamente con la amistad más pura (rezad para que no la vea nunca nadie un gracioso de los que te dicen que Frodo y Sam eran algo más que amigos mientras te pega codazos incómodos), la peligrosa belleza de la tundra, la bondad como elemento sanador (y, mal entendida, también destructor) y la necesidad de seguir nuestro propio camino aun a sabiendas de que este nos llevará a la desgracia.
Llevamos cuatro meses sin ir al cine. Cuatro meses en los que solo hemos tenido estrenos en plataformas digitales, en los que la decisión de no pisar una sala no ha sido nuestra, sino una imposición. Muchos necesitábamos una película que nos recordara qué es el cine, por qué tiene sentido, qué puede mover en nuestro interior. Que nos hiciera ver que podemos viajar sin movernos de la butaca, que el tiempo es relativo y dos horas y media pueden pasarse como quince minutos, que un rato en una sala oscura puede cambiarte la vida. Dersu Uzala es eso y mucho más.
Por el otro lado, a Leo Harlem el uniforme le queda pequeño en ‘Superagente Makey’ y va enseñando tripa. Eso ya como veas.