El director argentino Mariano Llinás vuelve a la carga con Clorindo Testa un “documental” que acaba manifestándose como una de las propuestas metacinematográficas más interesantes de los últimos años. Una película constantemente vagando a la deriva, en busca de definirse por sí misma, experimentando los diferentes caminos que se abren ante ella siempre bajo el acecho de las obsesiones de Llinás.
El director de La flor comienza el film definiendo punto a punto en lo que no quiere que se convierta su película. Ni es una obra sobre Clorindo Testa, ni es una película sobre su padre Julio Llinás, es una película sobre un libro de Clorindo Testa escrito por Julio Llinás. Lamentablemente por mucho que se esfuerce en autoimponerse estos dogmas acaba fracasando estrepitosamente. La obra no puede evitar huir ni de Clorindo ni de Julio, pero sí consigue ser muchas otras cosas. Una película sobre las amistades rotas, sobre la historia de la patria Argentina a través de su paisaje arquitectónico, sobre la poesía, la literatura, sobre las relaciones paternofiliales, sobre la interpretación de qué es y que debería ser el arte, sobre la irrefrenable necesidad de comprarse una coctelera; pero sobre todo es una película que reflexiona sobre qué es y cómo puede construirse una película.
A estas alturas, después de la mastodóntica pieza audiovisual qué es La flor, poco más queda que agradecer a la labor de uno de los cineastas con la confianza y la libertad creativa mejor explotada del panorama cinematográfico actual. Pero no está de más dar las gracias por una película que pese a adentrarse en lo meta, con todos los clichés y derivados en los que suelen caer estas obras, haya sabido construir una película tierna, personal y sobre todo divertidísima.