Sí, lo reconozco, soy un voyeur, un mirón. Por lo que el placer del observador, no sin cierto reparo, se manifiesta en mí descarnadamente ante las desventuras de Teresa, la protagonista del inicio de la trilogía de Ulrich Seidl en torno a tres mujeres de una misma familia.
Una señora austriaca escapa de la cotidianeidad de su vida diaria en unas exóticas vacaciones en Kenia, el país del este africano. Allí, lejos de todo y donde nadie la ve, dejará aflorar sus más recónditos deseos. El descanso paradisíaco no tarda en transformarse en una ávida búsqueda de compañía masculina, de alguien que la mire a los ojos y que vea más allá de su rollizo físico. Aunque este romántico cometido torne crudamente ante nuestros ojos en una caza despiadada de carne, sexo y humillación. Teresa, a la que en estos momentos queremos seguir escudriñando en sus flaquezas y su mezquindad, asume que el dinero es el único interés que despierta en los hombres africanos y está dispuesta a invertir todo lo necesario por vivir su propio paraíso.
Seguiría mirando sin parar el enrarecido veraneo de Teresa, pero entonces recuerdo que no estoy visionando un mero documental, y que Ulrich Seidl ya se ha regodeado sin demasiada medida en las andanzas de estás respetables señoras. La repetición se vuelve innecesaria y los visos de una buena película se quedan simplemente en una desestructurada sucesión de situaciones sin un golpe de gracia que le dé sentido a todo esto. Yo me siento impúdico por mi disfrute y me pregunto: Teresa ¿volveré a verte?
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