La verdad es que cuesta vivir en un mundo donde Pacific Rim no obtiene el éxito comercial que merece. En un mundo ideal la película de Guillermo del Toro debería haber ocupado el puesto que el año pasado le correspondió a Los Vengadores como la película más exitosa de 2012. Pero no, el público ha preferido a los descafeinados zombies de Guerra Mundial Z. Pero bueno, dejemos las quejas sobre el inexplicable gusto del espectador mainstream y vayamos a la crítica en sí.
Con Pacific Rim, Guillermo del Toro ha construido el mayor sueño húmedo jamás visto en una pantalla de cine. Todo en él destila pasión, cariño y, sobre todo, buen gusto. En cierto modo, supone la respuesta de calidad a cosas como Transformers, que en busca del espectáculo por el espectáculo dejaban de lado la humanidad que tanto necesitamos para conectar emocionalmente como espectadores.
Bien es cierto que la epopeya de los personajes de Pacific Rim no es precisamente la más original del mundo, pero funciona a las mil maravillas: los personajes que tienen que enfrentarse a sus monstruos emocionales para poder vencer a los monstruos reales. El héroe, la novata, el líder, el antagonista, todos son personajes algo esquemáticos pero tienen el propósito de que los identifiquemos rápido, conectemos con ellos y vivamos con más intensidad la lucha posterior. Hace bien Del Toro en colocar esta fase de desarrollo de personajes tras los apoteósicos 20 minutos de prólogo para así entregarnos una hora y media final de cine con mayúsculas.
Al final esto va de robots gigantes luchando contra dinosaurios gigantes provenientes de otro planeta. Así de simple y así de difícil. Y sabemos que es difícil porque hemos visto Transformers o Godzilla. Y hemos visto que con la simple presentación de la idea no es suficiente, que hace falta eso tan raro e inexplicable llamado talento para que lo que estamos viendo nos toque la fibra sensible y nos ponga los vellos de punta. Y eso es precisamente lo que consigue Del Toro en Pacific Rim. Cada una de las peleas es una coreografía perfecta, planificada y desarrollada no sólo con una excelencia audiovisual insuperable sino con un sentido dramático ineludible.
Comentaba anteriormente el cierto esquematismo de los personajes de Pacific Rim, pero Del Toro suple esta leve carencia argumental con un reparto sublime en el que sobresale un Idris Elba que con solo aparecer en pantalla tiene media interpretación hecha; a ello le suma la poderosa voz y dicción que hace que sientas una mezcla de respeto por todo lo que dice y hace. Del Toro también hace un buen uso de los momentos cómicos gracias a Charlie Day, Burn Gorman y Ron Perlman.
Por cosas como Pacific Rim debe existir el cine comercial norteamericano. Que nos inunden e invadan con películas como la de Del Toro si quieren. Pero no, el espectador del centro comercial prefiere dar la cara por Niños Grandes 2. Y es que ya lo decía el Evangelio de San Mateo: No den las cosas sagradas a los perros, ni arrojen sus perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen y después se vuelvan contra ustedes para destrozarlos
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