Jan Komasa saltó de la nada al gran público a sus treinta años. Suicide Room, una exaltación de la angustia adolescente que tenía más atrevimiento que talento real, se proyectó en el festival de Berlín causando, como poco, curiosidad por este nuevo talento salido de Polonia. Tras unos años menos prolíficos, en los que lanzó la notable Varsovia 1944, 2020 parece ser el año de la confirmación absoluta de uno de los nuevos directores europeos con más voz propia de los últimos años. Netflix estrenó su éxito internacional Hater y ahora se estrena en nuestras pantallas su película anterior, que llegó a conseguir la nominación al Oscar a mejor película extranjera: Corpus Christi.
Y si en los Oscar perdió contra Parásitos (y de no existir lo habría hecho contra nuestra Dolor y gloria), los premios del cine polaco se rindieron ante la evidencia, consiguiendo 11 de los 16 galardones a los que estaba nominada, incluyendo película, director, guión, actor y actriz. Y lo mejor de todo es que todos ellos son absolutamente merecidos. Corpus Christi es una de las películas más inteligentes, emotivas y retorcidas del cine europeo reciente. Y ya es decir.
En ella, un joven delincuente, Daniel, se hace pasar por cura como una pequeña broma y termina siendo el líder religioso de una pequeña comunidad de la que descubre sus secretos, obsesiones y vergüenzas. Pero al final el pasado siempre vuelve, de una manera u otra, y la verdad sale a la luz. Pero entonces puede ser ya demasiado tarde para Daniel, que se ha extralimitado claramente en sus funciones.
Corpus Christi nos plantea preguntas sobre fe, religión, perdón y dignidad. ¿Qué importancia tiene realmente, en el siglo XXI, que un hombre piadoso haya pasado por el seminario si su actitud y sus actos son positivos? ¿Se debe escuchar siempre a una comunidad, aunque estén cometiendo una injusticia? ¿Por qué se sigue fingiendo que el celibato en la iglesia es algo real? A algunas de estas preguntas, la película da una respuesta con una opinión frontal. Otras quedan más abiertas para que la gente rellene los huecos.
Pero en ningún momento Corpus Christi se vuelve un peñazo teórico, una declaración de intenciones básica o se limita a poner en imágenes un ideario eclesiástico. Ante todo es una historia dividida en dos: por un lado, la búsqueda de la identidad de un joven que hasta ese momento no había tenido ninguna oportunidad en la vida y que encuentra su camino al suplantar a alguien con estudios y posibilidades. Por otro lado, el sentimiento de odio de una comunidad completa hacia la esposa del hombre que supuestamente mató en un accidente de tráfico a varios adolescentes del pueblo.
A estas alturas del juego, al que se escandalice por ver a un cura bebiendo, fumando o teniendo sexo le recomiendo que no vea nada en televisión, desde El pájaro espino hasta Fleabag. Daniel empieza su andadura como sacerdote viviendo la vida: escucha música disco, hace ejercicio, tiene vicios y hasta le gusta una feligresa. Pero después de verse obligado a atender su primera extremaunción, el hábito termina haciendo al monje, y no solo comienza a hacer unas misas exitosas y originales, sino que también decide hacer algo con las injusticias que ocurren en el pueblo.
Pero Jan Komasa no da puntada sin hilo. Su filmografía no es precisamente un dechado de alegría y positividad, y en Corpus Christi no va a dejar que su protagonista se salga siempre con la suya, cercándole poco a poco y sin prisas hasta su inevitable final. El espectador sabe lo que está pasando en todo momento, es una película transparente, pero al mismo tiempo termina por aceptar a Daniel como sacerdote al mismo tiempo que lo hace el resto de sus feligreses. Se preocupa por los que le rodean, ora con los padres de los niños fallecidos y les enseña a dejar salir su rabia, hace crecer la afluencia a las misas y toma medidas duras pero justas. Él, que unos días antes solo se preocupaba de salvar su pellejo, ahora está preocupado en ayudar a desconocidos a dejar marchar a sus muertos. No mediante los ritos de la iglesia, sino mediante la compasión más básica.
Corpus Christi es un mazazo frontal a los dogmas de una iglesia que en Polonia tiene muchísima importancia (el 87% de la población es católica) y cuyo poder es tan vital en los pequeños pueblos como el de los políticos o los juristas. De hecho, durante el metraje veremos varios intentos del alcalde del pueblo por meterse en los asuntos de la curia o por aconsejar a Daniel sobre los que deberían ser sus siguientes pasos. Komasa ha removido la tierra para sacar a la luz algunas reflexiones incómodas (pero necesarias) sobre la situación actual de su país.
Nada de esto sería tan redondo sin la fabulosa interpretación principal de Bartosz Bielenia, que se come la pantalla en cada una de sus apariciones, bien como joven marginal o bien como líder de su rebaño. De momento, el actor seguirá haciendo cine en Polonia pero no tardará mucho en dar el salto a otros países más importantes: su presencia es magnética y única, y logra hacer fácil a un personaje tremendamente complejo, que parece desear en todo momento poder parar el tiempo en ese instante de bonanza y que nunca siga hacia su destino inexorable.
Eso es lo que nosotros, como espectadores, también sentimos: no cabe duda de que Daniel es un delincuente, y lo que está haciendo es absolutamente irracional, pero esperas que triunfe. Que la jugarreta salga bien y nadie le pida nunca los papeles del sacerdocio. Que pueda ser feliz interpretando a un personaje el resto de su vida. Esto no es Breaking Bad: aunque el protagonista esté cometiendo un delito, no está haciendo daño a nadie, más bien al contrario. Ni siquiera llega a ser un antihéroe: es, simplemente, alguien que ha descubierto su vocación sin saber cómo canalizarla.
Un personaje complejo repleto de capas y matices, una trama que hace tambalear el sentimiento de “iglesia” en Polonia, una dirección dura y eficaz que sabe cuándo ser fría y cuándo acercar al espectador a la historia… Corpus Christi es una de las grandes películas de este extrañísimo año y una oportunidad perfecta para reconciliaros con las salas de cine. Amén.