Resulta digna de admirar la forma en que Dreamworks se ha tomado siempre en serio la saga de sus dragones. No deja de ser una anomalía dentro de un estudio que se ha caracterizado por exprimir sus éxitos hasta dejarlos secos y carentes de vida —la prostitución a la que han sometido a Shrek, por ejemplo, me parece hasta moralmente reprochable—, por lo que se agradece sobremanera que esta franquicia no sólo no haya seguido el mismo camino sino que se haya permitido el lujo de madurar y crecer con cada nueva entrega.
No obstante, nos encontramos aquí ante una cinta que quizá esté medio peldaño por debajo de su inmediata predecesora. Normal, por otra parte, ya que para el ególatra servidor que escribe estas líneas, Cómo entrenar a tu dragón 2 subió demasiado el listón. Aquella secuela mejoró con creces a la original, tomando por el camino además unos riesgos que normalmente serían impensables en el cine de animación dirigido a todos los públicos.
Aun así, este final de trilogía sirve perfectamente como cierre y epílogo de todo lo visto hasta ahora. Ninguna queja real: la historia concluye de la forma más lógica y satisfactoria posible. Y aunque su guión no nos sorprenda tanto como el de la anterior, donde sí nos ofrecen un trabajo verdaderamente espectacular es en cuanto a cinematografía. Sin exagerar, Cómo entrenar a tu dragón 3 es un film tan visualmente bello que puede provocar el Síndrome de Stendhal en el espectador.
Luciendo una fotografía que podría haber sido obra del mismísimo Roger Deakins, los vuelos de los dragones nunca habían sido tan vertiginosos, ni los escenarios tan creíbles. Jamás había visto un trabajo de esta índole en otra producción animada. No, no es una revolución tan loca como podría ser la de Spider-Man: Un nuevo universo, pero sí que representa la perfección absoluta de una técnica previamente consolidada.
Cualquier escena que carezca de diálogos se convierte en algo hipnótico de ver, especialmente todas aquellas que impliquen cortejo entre dragones, fácilmente las más disfrutables de todo el metraje. Aprovecho también para recomendar su visionado en 3D —y en la pantalla más grande posible— a todo aquel que quiera sentirse todavía más inmerso en este fantástico universo fotorrealista.
Por descontado, me faltan palabras para expresar lo enormemente agradecido que me siento de haber acudido a un pase en versión original y no tener que sufrir el doblaje español con la voz de Melendi interpretando al villano. En su lugar he podido gozar de la presencia vocal de un F. Murray Abraham que consigue dotar de bastante vidilla y carisma a un personaje que sobre el papel podría considerarse insulso. El resto del reparto sigue cumpliendo su función y sintiéndose a gustísimo en sus papeles habituales, destacando a un Jay Baruchel en pleno crecimiento personal de su protagonista.
Me gustaría seguir hablando de esta película, pero lo cierto es que no se puede decir mucho más. Y eso es algo positivo. Cómo entrenar a tu dragón 3 es simplemente muy buena, a la par que un desenlace perfecto para las aventuras de Hipo y Desdentao. Emocionante, madura, divertida y animada por los mismísimos dioses. Imprescindible para todo aquel que haya disfrutado de las dos primeras. Y si hay alguien que aún no lo haya hecho, ¿a qué está esperando?
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