El primer día de festival ha concluido con todo por delante y probablemente Clímax acabe siendo una de las mejores películas del festival o como mínimo una de las propuestas más interesantes. Estamos hablando de quizás la mejor película de Gaspar Noé o como mínimo una de las más refinadas. Cualquier persona que se haya adentrado en su fascinante filmografía se habrá dado cuenta rápidamente de que no es un director que le gusta pasar desapercibido. Es un provocado nato al que podríamos tachar en numerosas ocasiones de pretencioso a través de sus películas. Sin embargo es una de las características que más le singularizan y además, está impregnada de una constante autoparodia, humor negro e ironía. Pero Gaspar Noé tiene muchos vicios, sobre todos aquellos relacionados con lucirse y hacerse notar. Desde grabar una película basada en el delirio y prácticamente entera en plano cenital como es Enter the Void, destrozar la estructura clásica temporal en su emblemática Irreversible o simplemente poner una eyaculación a cámara en 3D en su anterior film Love. Pero parece que en Clímax ha encontrado el equilibrio perfecto entre su radicalidad provocativa y la construcción de una película que formal y narrativamente tienen un interés independiente.
Clímax comienza con una serie entrevistas a varios danzarines en los noventa sobre varios temas, principalmente amor, sexo, drogas y baile. Estas entrevistas son mostradas a través de un televisor antiguo rodeado de libros y films que bien podrían ser los favoritos de Gaspar Noé. Esta introducción es una resolución muy elegante que obedece principalmente a una función introductoria de una gran cantidad de personajes variopintos que luego se harán dueños de la película. Terminadas las entrevistas comienza la película con un impresionante plano secuencia donde los danzarines ensayan la obra y donde posteriormente comienza una fiesta. La protagonista de esta fiesta es una sangría a la que todo el mundo acude. Poco después el ambiente en la sala empieza a tensionarse mucho, todo el mundo empieza a encontrarse mal y entre varios acaban llegando a la conclusión que han sido drogados con la sangría. A partir de este momento comienza el absoluto descontrol y éxtasis de la película. Los personajes no son conscientes de sus acciones, se vuelven violentos, pierden la razón, se acusan entre ellos y acaban en una vorágine sin rumbo ni fin. Y Noé los acompaña formalmente a través de largos planos secuencia haciéndonos participes de la fiesta. La cámara es como un personaje más, que observa y que también poco a poco va perdiendo el control hasta quedarse literalmente bocabajo, regalándonos unos de los últimos diez minutos más agonizantes y hipnóticos que se puedan recordar del director francés.
Clímax parte de una idea aparentemente simple pero construye un dispositivo alrededor suyo que sin dejar de ser natural es muy sofisticado y único. Una vez más Noé nos vuelve a demostrar que es uno de los directores más radicales, atrevidos y necesarios de hoy en día.
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