Pinocchio era sin duda uno de los estrenos más esperados del Barcelona Film Fest, no tanto por prometer ser una adaptación diferente, sino por su elenco y sobre todo por su director. No podemos negar el hecho de que nunca imaginaríamos a Matteo Garrone dirigiendo una adaptación del cuento de Pinocho. Y no es para menos, ya que el director de Nápoles consiguió el éxito gracias a películas de gran realismo y violencia, tales como Dogman o Gomorrah.
La historia la conocemos de sobras, lo extraño sería que a estas alturas hubiera alguien que no se hubiera visto el clásico de Disney de 1940. Geppetto, el solitario carpintero interpretado por Roberto Benigni, crea una marioneta que cobra vida y que llamará Pinocho. La criatura pasará por diferentes aventuras donde aprenderá lecciones relacionadas con el valor del trabajo y la ética. Un cuento infantil estructurado a lo largo de un viaje donde nuestro protagonista tendrá que aprender a discernir entre sus verdaderos amigos y la gente que se aprovechará de él.
Lo primero que destacamos de este film es su apuesta por una gama cromática llena de grises y marrones, dejando patente que el mundo de Geppeto carece de vitalidad o riqueza. Por otra parte, vemos un gran contraste con las escenas donde aparece el hada y su ayudante, cargadas de tonos pasteles. Estas imágenes parecerían sacadas de un cuadro rococó donde la decadencia ha dejado huella y nos trasladarían a una atmósfera fantástica menos cruda que la inicial. Un acierto surrealista y de aires timburtonianos que agradecemos profundamente.
La recepción general ha sido bastante buena. Normalmente cuando aparece una versión de una obra adaptada hasta la saciedad (tenemos desde una versión asesina a un robot llamado Pinocho 3000) tendemos a tener bastantes prejuicios y expectativas. En el caso del Pinocchio de Garrone nos encontramos ante una visión original y con un nuevo imaginario lo suficientemente potente como para poder destacar por mérito propio e incluso para acabar con cierto misticismo de la leyenda.
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