Los chistes de pollas y huevos no son ninguna broma. Son un arte milenario transmitido de generación en generación y que, tristemente, se ha desvirtuado con el paso del tiempo. A día de hoy, este tipo de humor se considera pueril y chabacano. Y la culpa no es de los chistes de pollas y huevos per se, la culpa es de los guionistas que no saben emplearlos adecuadamente ni con gracejo. Damian Shannon y Mark Swift, responsables del libreto de Baywatch: Los vigilantes de la playa, creen que hacer estos chistes es algo fácil. Que no requiere ningún esfuerzo. Que salen solos. Pero es mentira. Dominar bien el arte del humor genital es algo que sólo se consigue mediante trabajo, dedicación y no viene mal un poco de ingenio y talento natural. Gente como Trey Parker, Matt Stone, Sacha Baron Cohen, Seth Rogen o Evan Goldberg lo entienden. Ellos saben sacarle partido a los testículos y a la escatología. Puede que no acierten en la diana en todos sus intentos, pero cuando lo consiguen siempre es a lo grande.
Películas como Baywatch: Los vigilantes de la playa, en cambio, son las que le dan mala fama a este tipo de humor. Las que no saben hacer bien su trabajo. Si consideramos que el 90% de gags de la cinta son de este tipo y que sólo funcionan una ínfima parte de estos, estamos hablando aquí de un absoluto fracaso. Dwayne Johnson y Zac Efron intentan levantar —carisma mediante— el flojo material con el que parten de base, pero los milagros no existen. Mención especial para el doblaje español, plagado de voces nuevas debido a una huelga en el sector, cuyo traductor claramente se lo habrá pasado en grande con tanta referencia fálica.
Al abandonar la sala, me crucé con una madre y sus dos hijas. Una de ellas, que rondaría los diez años, con una mezcla entre indignación y entusiasmo les recriminó a su madre y hermana: «Pues ha sido buenísima, ¡y decíais que iba a ser mala!». Me dio muchísima envidia. Ojalá volver a ser un tierno infante y rebajar mi exigencia con los chistes de pollas y huevos. Pero esa etapa pasó. Se fue para no volver. Y, a estas alturas de mi vida, encontrarme con algo así me parece inadmisible.
Y el caso es que Baywatch: Los vigilantes de la playa podría haberse enfocado de diversas maneras. Podría haber sido un blockbuster de acción palomitero, una improbable reivindicación nostálgica de la serie en la que se basa o una parodia autoconsciente y petarda de ésta al estilo de Infiltrados en clase o Starsky & Hutch (me la sopla lo que digáis, es un clásico os pongáis como os pongáis). El problema es que quiere ser las tres cosas a la vez, y no le sale bien ninguna.
Como blockbuster de acción Baywatch: Los vigilantes de la playa no da el pego, porque se queda cortísima de presupuesto: las explosiones son muy falsas y los cromas cantan la traviata. Como reivindicación nostálgica tampoco sirve, puesto que la serie original ya era bastante chunga para empezar. Y no puede ser una parodia autoconsciente cuando, contra todo pronóstigo, sus guionistas deciden tomarse completamente en serio la trama criminal en vez de centrarse en el petardeo puro y duro que el público demanda en una producción de estas características.
Parte positiva: Baywatch: Los vigilantes de la playa es mil veces más inocua e inofensiva de lo que cabría esperar. No es el festival machirulo que podría haber sido y hay casi más planos del torso aceitoso de Dwayne Johnson que de mujeres corriendo a cámara lenta. Sí que es verdad que no hay ni una sola hembra en todo el film que no sea digna de aparecer en portada de la Vogue, pero por lo menos no hay ningún Michael Bay detrás de las cámaras follándoselas con el plano constantemente. Se podría decir que las imágenes más atractivas que veréis en pantalla serán los ojos de Alexandra Daddario y las tetas de David Hasselhoff. No son moco de pavo, aunque no sé si justifican la entrada al cine. Al menos no aburre.
Total, que buena no es, pero tampoco es Pàtria.