El alucinante trailer de Escuadrón suicida fue publicidad engañosa. Esos mamporros al ritmo de Bohemian Rapsody tan sublimes desaparecían en una cacofonía que desaprovechaba el potencial de su banda sonora. Poco después vi al fin Shaun of the Dead y su coreografía montada sobre el Don’t Stop Me Now de Queen, y así sí. Edgar Wright sabe muy bien lo que quiere y como hacerlo, y no desaprovecha ninguna de las posibilidades que el montaje cinematográfico pueda aportar (este video lo resume a la perfección). Es algo que, desde luego, se echó en falta en Paul y Ant-man, pues sin ser del todo malas películas, pedían a gritos la mano del director británico. Así pues, Baby Driver es lo que ocurre cuando a un director de tal calibre le das mucho dinero y rienda suelta, y me encanta.
Si tuviera que definir Baby Driver con una palabra sería «ritmo». La sincronización con la música, hasta entonces, había sido un recurso más dentro de su amplio repertorio, pero aquí lo lleva hasta las últimas consecuencias, y únicamente prescince de él para remarcar la confusión del momento, pero incluso ahí, su ausencia es presencia. La música rige el film de tal manera que se convierte en uno de los temas principales de la película, con una biblioteca amplia, variada y divertida. Así, no sólo disfrutamos de algunas de las mejores escenas de acción que he visto en muchísimo tiempo, sino que también apreciamos el mundo desde el prisma de Baby, metiendonos directamente en la cabeza del protagonista.
Esto es algo menos habitual de lo que parece. La sinestesia – esto es, la experiencia estética percibida a través de varios sentidos a la vez, en este caso, vista y oído -hallar el tema perfecto que encaje en ritmo, tono y emoción con el momento; demasiadas variables para que el resultado sea satisfactorio. Ahora mismo, puedo recordar ejemplos muy concretos, como Hotline Miami, Drive o la intro de True Detective, y lo cierto es que Baby Driver no llega al punto de sutileza de los anteriores ejemplos, ni lo busca, y aún siendo un uso ligado más al ritmo que al deleite de los sentidos, sigue siendo una gran muestra de virtuosismo.
Y ya que mencionamos Drive, el otro gran pilar sobre el que se sustenta es su particular homenaje a sus referentes, incluida la cinta de Nicolas Winding Refn, con una mirada nostálgica menos evidente que los extremos de La la land. Baby Driver se contiene y crea una obra única con sabor propio gracias al particular estilo del cineasta británico, y con un toque de humor más centrado en lo visual que en el diálogo per se, provocando la risa casi sin pretenderlo. Su guión, al igual que la filmografía de Winding Refn, es sólo una columna sobre la que sostener un gran despliegue técnico, mas aquí Edgar Wright se toma la licencia de jugar con las expectativas y se da el lujo de dar algún que otro giro interesante que aporta frescura a su historia. En ese sentido, llega más lejos que la cinta del danés.
Baby Driver es un gigante capaz de devorar a toda la saga de Fast & Furious sin esforzarse, y aunque no llega a ser del todo perfecta (tiene algunos momentos de exposición y algunas frases intrascendentes), son pequeñas manchas imperceptibles en la visión total de la obra. No esperéis grandes reflexiones, grandes elucubraciones o temas trascendentales: es lo que es, ni más ni menos y, a diferencia de Wonder Woman, no se echa casi nada en falta.
Y además, sale Kevin Spacey. ¿Cómo podéis odiar una película así?
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