La carrera de Abbas Kiarostami había discurrido con placidez en su Irán natal (con toda la placidez con que se pueda vivir en Irán claro) hasta el 2010 cuando salió para hacer Copia certificada en Francia. El cambio le vino bien porque se convirtió en su película más exitosa en mucho tiempo y decidió repetir la experiencia esta vez viajando a Japón.
Lo primero que queda claro es que Kiarostami sigue siendo el mismo cineasta insobornable, denso y, a veces, plumbeo. El cambio a Japón le sirve básicamente para desarrollar una historia que está claro que en Irán sería prácticamente imposible: una joven estudiante se gana un sueldo como prostituta y visita a un señor mayor. Poco más se puede contar ya que el juego de sorpresas y máscaras es uno de los alicientes de Like someone in love.
Kiarostami se sirve de una narración cerrada en si misma para que sepamos lo mínimo de los personajes y que vayamos descubriendo sobre la marcha sus motivaciones e intereses. Las dos primeras largas secuencias son las más interesantes del conjunto y las que nos mantienen más alerta. En el momento en que entra en escena un tercer personaje pasan más cosas pero, paradójicamente, perdemos un poco el interés y Like someone in love se hace un poco más tediosa.
Como decía al principio, Kiarostami vuelve a enfocar sus viejos temas de los juegos de roles y las fronteras entre realidad y ficción pero esta vez desde un punto de vista un poco más ligero y liviano que de costumbre. Poco pierde Kiarostami en su periplo japonés pero tampoco gana demasiado. Porque claro, tampoco podemos esperar ahora que un señor de más de 70 años se ponga a explorar otros temas.
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A mí me gustaría ver Compliance y Stories We Tell!