No podíamos imaginar en 1995 cuando se estrenó Antes del amanecer que no sólo estábamos conociendo a dos personajes sino que estábamos siendo invitados a vivir con ellos durante al menos dos décadas. Con Antes del Atardecer sentimos miedo de que la magia no se volviese a repetir: no fue así. Antes del atardecer amplificaba las virtudes de su predecesora logrando una bellísima pieza de tonos ocres tanto visual como espiritualmente. Los nervios se apoderaron de nosotros cuando nueve años después nos llegó la invitación de volver a ver a Celine y Jesse con los rostros ajados por el tiempo.
Antes del anochecer toma el rumbo incómodo de romper dos de las principales premisas de las anteriores películas: primero, el tiempo real en la narración aquí queda fragmentado en un largo día que concluirá a la medianoche; segundo, la inclusión de varios secundarios de peso que nos darán una visión caleidoscópica de la pareja más allá de los protagonistas. Estas dos nuevas armas inundan la primera parte de la película haciéndonos temer que no vamos a presenciar una versión griega de los inolvidables paseos por Viena y París.
Pero comienzan los paseos, y lo que empieza con luminosidad y buenos recuerdos deriva en la habitación de un hotel con tensión, amargura y un poso de tristeza muy hondo. Las verdades y los reproches dotan a Antes del anochecer de una madurez propia de los cuarentones que interpretan Ethan Hawke y Julie Delpy. Ambos realizan las que probablemente sean las actuaciones más complejas de toda la trilogía; aunque cuesta llamar actuación algo que desprende tanta verdad que llega a doler.
Antes del anochecer, como pasó en su momento con sus predecesoras, habla de tú a tú a una generación que ha crecido con Jesse y Celine. No me imagino ver Antes del anochecer de otro modo o con otra edad. Afortunado yo que los pillé a tiempo, diez años más o menos y ya no sería el mismo y ellos no serían los mismos a mis ojos tampoco: no sé si esa cercanía es una propiedad de la obra y vista con otra edad no sea extrapolable. Quiero creer egoístamente que Richard Linklater, Ethan Hawke y Julie Delpy me están hablando a mí. Solo a mí en la oscura sala de cine. Y espero encontrármelos dentro de nueve años.
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