Amazing Grace es un himno cristiano del siglo XVIII, obra del clérigo y poeta inglés John Newton que se ha convertido en uno de los más famosos himnos populares y un cántico fundamental en el repertorio de los espirituales americanos como los que en este film nos deleitamos, una pieza que brilló de la mano de Aretha Franklin en 1972, cuando esta grabó un especial disco en directo en la iglesia baptista misionera New Temple, en Watts, Los Ángeles.
Con este documental con el mismo título me sucede una cosa, no sé si criticarlo desde un punto de vista técnico o según los sentimientos que puede llegar a suscitar gracias a la voz de esta maravillosa cantante de color. Después de sopesarlo mucho he decidido que es justo estudiarla desde estas dos perspectivas ya que pueden dar una visión más completa de esta película.
Si nos atenemos a lo que muestran sus imágenes, fotografía y dirección no cabe duda que las fallas de Amazing Grace se multiplican con momentos de desencuadre que podían haberse limado o corregido para placer del espectador. Sydney Pollack rodó todo esto en ese año y Alan Elliott recuperó estas imágenes de archivo que nunca llegaron a salir a la luz por problemas en Warner Bros. Es por esto que se nota un montaje demasiado impreciso con un ritmo lento y repetitivo que solo parece elevarse en los minutos en los que los presentes, el reverendo James Cleveland, el director del coro Alexander Hamilton o el padre de la protagonista con un speech que loa y reverencia los dones que atesora su hija, tanto como artista como ser humano. La lista de canciones gospel, alguna mezclaita con pop, se suceden con pausas mínimas en dos noches con un auditorio compuesto por feligreses y visitantes de lo más curioso, incluido un conocido cantante de grupo rock. Ese es el problema más grande que tiene el documental, unas grandes dosis de realismo en forma de fallos con sonido e imagen que te sacan más de una vez de él y una cansina estructura que no permite muchas sorpresas.
Por el contrario en Amazing Grace nos encontramos con la portentosa voz de Aretha Franklin. Tú puedes ser fan o no de ella y su música pero hay que reconocer que tiene un don a la hora de transmitir sentimientos y pasiones. No puedes dejar de mirarla en el escenario, cantando o tocando el órgano, como se comunica con la mirada con sus compañeros del coro The Southern California Community Choir que lloran, se abrazan, levantan las manos y rezan en silencio y a gritos dando gracias al Señor o alabando sus obras. Ni siquiera el sudor puede empañar sus lágrimas entonando alguno de estos temas, tampoco ahoga sus lamentos cuando levanta el corazón y el alma al cielo como si se encontrara viviendo una experiencia religiosa compartida, totalmente ajena a las cámaras que la rodean. Esto no es un concierto aunque a veces lo parezca, es una misa cantada con micrófonos e instrumentos musicales que tiene como percusión el cuerpo humano, pies y manos golpeando el suelo y dando palmadas al ritmo de una música que trasciende los sentidos, conforta y eleva a los presentes. Ahí si que tiene ese diez al que seguramente se agarra la crítica profesional que la ha alabado.
Entre medias de este sobresaliente y un aprobado raspón técnico se mueve nuestro documental, un mix poderosamente hipnótico para bien o para mal.