Comienzan a llegar a nuestras carteleras las películas que se han presentado en el Festival de San Sebastián con mayor o menor éxito. Amama fue una de ellas logrando el galardón del premio Irizar al Cine Vasco sin duda por muchas virtudes entre las que se encuentra la de ser un film que toca el corazón, un órgano que no solo palpita en el interior de los troncos de los árboles del bosque vasco sino también en el pecho de los que tenemos la suerte y oportunidad de poder visionarlo.
Amama es el nombre en vasco que se le da a la abuela, un miembro de la familia que tiene una importancia capital en la toma de decisiones de la misma y que es el pilar donde se apoya todo el peso de la tradición. Amaia, la tercera de sus nietos, sabe de su fundamental papel dentro del caserío y con la creación de un video reportaje artístico en honor a su propia abuela rinde tributo y homenajea a la misma con música folklórica del lugar tocada a cuerda de violoncelo.
Amparo Badiola es su amama pero también en parte es la nuestra. En ella vemos reflejadas a nuestras abuelas con sus costumbres, con sus ideas y también con su presencia que a veces trastoca planes y cambia o une a una familia entera. Sus primeros planos nos muestran un rostro silencioso que no asusta pero advierte que no ladra pero muerde. La ausencia de sonidos y palabras a veces llenan más el mensaje lanzado. El papel de la desconocida mujer que nunca antes había actuado es de lo mejor que podemos encontrar este año en nuestro cine siguiendo la línea que anteriormente marcó Daniel Guzman en el Festival de Málaga con la presentación de su abuela. Auguro una tendencia, vistos los resultados que se hará viral.
Asier Altuna, maduro director de la nueva filmoteca vasca, nos impresiona con un cuento original donde sobresale un simbolismo pocas veces visto, muy atentos a la cuerda que ata a una persona a un lugar o a las imágenes rodadas cámara en mano en Súper 8 que nos informan de todo aquello que no se puede ver a simple vista. Los árboles susurran una historia, los colores, rojo, blanco y negro también y nos aconsejan que oigamos al pasado para sembrar un presente y poder recoger la cosecha en el futuro.
En definitiva el largo pone cara a cara dos posturas al principio irreconciliables. El padre de Amaia representa el continuismo de la tradición del pueblo vasco, el silencio y aislamiento de sus gentes y el derecho a pensar solo en el trabajo sin poder disfrutar de aquellas personas que tenemos a nuestro alrededor. Su hija con ayuda de sus hermanos por el contrario se rebela como un moderno James Dean de nuestros días mostrando la otra realidad, la del mundo moderno y evolucionado que respeta los símbolos pero que intenta mejorarlos. Los dos conviven en el mismo tiempo, los dos se aman y se respetan pero a veces no se entienden. La amama tratará de cerrar unas heridas que amenazan con romper la familia y el caserío. ¿ Lo conseguirá? Para descubrirlo habrá que acercarse al cine este fin de semana y averiguarlo. ¡Yo ya lo hice!
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