Realmente, poco o nada, sabemos de la música folk, de lo que significó para una sociedad y el cambio cultural que representó en algún momento de los años 60.
Pero podemos estar tranquilos de que la nueva película de los hermanos Coen, no se hace fuerte en este aspecto, y pasa casi de puntillas por estos sucesos, aferrándose a su protagonista, Llewyn Davis, como si fuera un tronco que va a la deriva. Llewyn es el tronco, y los demás secundarios son seres sin sentido, igual de perdidos que él, o incluso más, con ninguna carisma, salvando siempre a John Goodman.
Y es que eso es precisamente lo que se puede discernir en A propósito de Llewyn Davis, donde los Coen (basándose en la novela autobiográfica de Dave Van Ronk, que comparte muchas similitudes con su protagonista) pretenden hacer un viaje homérico de la vida de este personaje. Como su tragedia y sus anhelos no hacen más que alejar sus sueños de éxito, o, de dormir al menos dos noches en la misma cama.
Lamentablemente, cuando la metáfora que plantean los Coen llega a su fin, se han empeñado en reventarla con el nombre de un gato, para que al espectador le quede claro lo que está viendo. Y no lo critico, es más, confío en que este ardiz era necesario para que más de uno saliera de la sala sin decir ‘es que esto, no va de nada’ y así creerse un intelectual del Village de los 60.
Todo esto sin comentar la excelente fotografía que recuerda, precisamente, a una época que marcó la música, como no podía ser de otro modo. Bruno Delbonnel (Amelié, Across the Universe) se basa en momentos de claroscuro para dotar de profundidad a sus personajes y hacer ver que la cultura modernita de instagram y demás filtros preestablecidos ha dado el salto al cine más comercial. Y en este apartado, como no, de alabanzas también hay que destacar la música, pero claro, siendo pilar fundamental, tampoco es que esperásemos que no nos fuera a gustar.
Ante todo, hay que ir a verla y disfrutarla, y sino le queda a uno más remedio, doblada al castellano.
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