En esta edición del Festival de Málaga. Cine en Español, hemos visto como hasta los temas más manidos pueden ser igual de efectivos. No sé decir adiós y Verano 1993 han insuflado nueva vida al discurso sobre la muerte, y ahora que llega Últimos días en la Habana, uno no puede evitar sentirse frío ante un tratamiento pobre y superficial.
La historia de Diego, un homosexual enfermo de sida, carece de profundidad. La película se basa en una serie de visitas al enfermo en las que la exposición es el centro. Carece de sutileza, y salvo la naturalidad de las bromas entre los personajes, su relación se lleva de forma ligera y monótona. La peor parte de todo se la lleva el personaje de Yusilady, una joven bocazas cuya única finalidad en la obra es la de soltar obviedades para que el respetable no se esfuerce demasiado en pensar. Volviendo a mis ejemplos iniciales, estas obras se basan en el estudio de personajes, en ofrecer el drama a partir del choque de personalidades. Últimos días en la Habana es un film ligero que limita el drama a momentos muy concretos que terminan en un vacío, y sin sutileza. Es una película pobre, donde el viaje de los personajes y su relación con la muerte pasa desapercibida.
El único punto a favor de Últimos días en la Habana sería el particular humor de Diego, que sin ser rompedor, añade un toque de color y humor negro a una obra gris y plana. La dirección de Fernando Pérez es buena, la realización está pulida, pero como con Redemoinho, cuya calidad está a años luz de esta producción, su acabado no es suficiente para enmascarar su falta de ambición.