La Sección Oficial de las 67 edición del Festival de San Sebastián arrancó con tres obras de procedencia dispares, cine mexicano con Mano de obra, el Amenábar más convencional con Mientras dure la guerra, el all-star de actores de Blackbird y el Costa-Gavras más actual con Adults in the room.
Mano de obra (David Zonana) **
Es habitual que una película no sepa muy bien lo que intenta ser, pero Mano de obra está muy perdida en su propio intento por denunciar la situación obrera en México. Y es que en sus primeros compases es un drama efectista pero decente (ojo a la primera escena, probablemente lo mejor de toda la cinta), pero pronto pasa a ser una tragicomedia sobre la convivencia para reconvertirse en un nuevo melodrama social en sus escenas finales. Al final, ni emociona, ni apetece.
Se aprecia lo que su director intenta hacer, y es incluso necesario, pero no tiene la solvencia necesaria como para que salga bien. Es torpe en su discurso, y la trama puede adivinarse en cuanto empieza a desarrollarse. No ayuda que su personaje principal, que intenta venderse como un héroe de la clase obrera, sea profundamente desagradable en su relación con el sexo opuesto. Mano de obra intenta hablar del precio y el abuso del poder, de la precariedad obrera, de la dificultad por sobrevivir en Latinoamérica, de la lucha de clases, de la corrupción y del absurdo de las leyes de vivienda mexicanas, pero no puede evitar derrapar y quedarse a medias de todo, en una cena de tupper recalentada que en un punto del proceso estuvo deliciosa, pero ahora ya no sabe a nada.
Mientras dure la guerra (Alejandro Amenábar) **
No pasa nada porque el cine español vuelva de forma intermitente a la eterna guerra civil. De verdad. Aún puede haber acercamientos que sorprendan a eventos que se han machacado mucho en el cine (o sea, no hay nadie que diga “Puf, otra película de la II Guerra Mundial” antes de Malditos bastardos). Pero a estas alturas de la película se debería intentar sorprender con una intencionalidad diferente. En Mientras dure la guerra, Amenábar cuenta la historia de Miguel de Unamuno, que primero apoyó al bando que se alzaba y luego, al ver que eran fascistas, se arrepintió. La trama, vista así, es original y, por qué no, una manera nueva de contar un tema mil veces visto antes.
Pero Amenábar hace que los buenos sean muy buenos y los malos muy malos, utilizando una brocha gorda enorme para pintar en lugar de dejarse llevar por los matices y las capas. Así, los personajes de Mientras dure la guerra quedan definidos por su bando político sin posibilidad alguna de redención desde el mismo momento en que están en un lado u otro del espectro. El único que tiene permiso para dudar es el propio Unamuno. En 2019, a estas alturas, el director ha hecho una película muy superada temática y estilísticamente. Y el resultado es francamente -¿eeeeh?- decepcionante.
Karra Elejalde hace lo que puede, que no es poco, con el papel del literato, al que imita en posición, gestos y maneras. Sin embargo, hay momentos donde lo único que podemos ver es a Karra Elejalde con un disfraz. No ayuda a esta percepción de mediocridad el final, en el que Amenábar tira por tierra cualquier logro anterior (como la escena en la facultad) añadiendo un epílogo a Mientras dure la guerra sobreescrito en pantalla de chufla marinera. Amenábar, para qué te metes en estos líos.
Blackbird. La decisión (Roger Michell) ***
Lo mejor que tiene el fabuloso resurgir del cine dirigido por mujeres en los últimos años es darse cuenta de cómo algunas películas mejorarían mucho de tener a una mujer en el mando. Es el caso de Blackbird, que, sin ser una mala película, trata temas delicados de una manera un tanto basta en la que se habría agradecido otro tipo de perspectiva. Roger Michell, el director, ha conseguido llevar a buen puerto el remake de la danesa Corazón silencioso juntando a un reparto de estrellas en el que se consigue que todas den lo mejor de sí mismas, desde una Kate Winslet sorprendente hasta un Sam Neill que logra sobrecoger con su sencillez, coronados por la mejor Susan Sarandon en años.
El filme triunfa en los momentos de intimidad (fiestas, secretos, confesiones…) y patina cuando pretende hacer algo grande, como una gran escena de giro en la trama. Durante el metraje podemos ver escenas que oscilan desde lo estupendo (la escena de sexo en el garaje, el inicio) hasta lo horripilante (el rap que, en la cena, no debería dejar a nadie indiferente), para culminar tal y como debe. Como película de inauguración es más que digna de aplauso, sobre todo teniendo en cuenta lo que hemos visto los últimos años, y su representación de la eutanasia es vigorosa y valiente (por mucho que el guión tenga detalles que hacen torcer el morro y sea simplemente funcional). Causará furor entre ciertos espectadores aficionados al melodrama de llorar mucho.
PREMIO DONOSTIA, Constantin Costa-Gavras: Comportarse como adultos ***
Si esta película estuviera en XVideos en la categoría “ass licking” no me extrañaría. Ese es el nivel de misticismo que le otorga Costa-Gavras a Varoufakis. Y ojo: es inevitable no sentirse atraído por la historia de la crisis griega contada por el cineasta político por antonomasia. Sin embargo, la fuerza y rabia de Z se pierden mucho en una película sazonada con mucho sentido del humor que quita peso al sinsentido agobiante y el callejón sin salida que se presenta en la película. No es como para quejarse: este sentido del humor hace que una propuesta sobre firmar un documento no hacerlo resulte llevadera, entretenida y con ritmo.
No ayudan sus excesivas dos horas, en las que se cae en un inevitable ping pong político del que solo se puede caer en la desidia por momentos. Los actores lo bordan, especialmente Christos Loulis como un Vaorufakis perfecto, pero están al servicio de un guión que adapta un libro del propio ministro griego que, obviamente, no muestra ningún claroscuro del personaje. Al contrario, tan solo se revuelca en sus aspectos positivos, mostrándole como una especie de Jack Bauer de la política capaz de solucionar entuertos con mucho carisma y saber hacer contra la malvada Unión Europea. A Costa-Gavras se le ven los hilos, pero es tan entretenido que se le perdona todo.
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