A los apasionados del cine de autor nos encantaría creer, todavía, que realmente es un medio narrativo con un fin deliberado: el de usar una plataforma de masas para cambiar los relatos únicos en los medios de comunicación que padece la sociedad occidental, y que nos afecta de forma individual, en nuestra vida diaria, cada vez que somos observados por otras personas, bajo el estereotipo que proponen esos relatos únicos. La cineasta francesa Blandine Lenoir, una mujer de 43 años, ha dirigido la película 50 primaveras, seguramente con la intención revolucionaria de luchar contra el relato único de que las mujeres ya no sirven para nada a partir de la menopausia, y sufren mucho por ello. Pero lamentablemente, el resultado es una comedia fácil, rebosante de clichés, que reafirma aún más la certeza de que, efectivamente, cuando una mujer envejece, pierde el gran sentido de su vida.
Resulta que, lo que perdemos las mujeres al envejecer, es nuestra belleza y, por lo tanto, toda nuestra vida que inevitablemente gira en torno a ella: nuestras aspiraciones afectivas, puesto que ya no resultamos atractivas a los hombres, no somos fértiles, y siempre habrá mujeres más jóvenes y hermosas; nuestras oportunidades laborales o profesionales, por ende, lo que debería tener una explicación diferente a la anterior, pero… ¿de verdad la hay?. Desafortunadamente no, porque una mujer madura no atractiva, tendría que demostrar su cualificación muchísimo más que una mujer joven y bella (que también, por cierto, tiene que demostrarla significativamente más que los hombres). A la falta de estas dos grandes motivaciones para vivir, bastante comprensibles (tratándose del amor y la seguridad, en definitiva) derivadas de la pérdida de la belleza, la propuesta de Lenoir suma otros matices ginecológicos que también contribuyen al destierro social de la mujer de 50 años, enfocando gran parte de la clave de humor de la cinta, en los estragos de la menopausia. Quizá todo forme parte de lo mismo, teniendo en cuenta que la menopausia supone el fin de nuestra función reproductiva, y además produce cambios en nuestro cuerpo que, dejando a un lado que afecten a nuestra salud, nos hace menos atractivas y eso puede arruinarnos una cita, como le ocurre a Auróre, la protagonista de 50 primaveras, interpretada con mucha energía y desparpajo por la actriz Agnes Jaoui.
Como no podría ser de otra forma, Auróre es una mujer absolutamente preciosa (sí, a pesar de haber cumplido 50 primaveras). De otro modo, ¿qué sentido tendría la crisis vital que le leva a pasar por todas esas escenas de torpeza, vergüenza y auto humillación cada vez que se cruza con una mujer más joven que ella? Auróre sufre porque ya no le basta con ser una mujer honesta, divertida, amorosa, trabajadora y fabulosa madre y amiga porque, básicamente, se convierte en un ente sin menstruación invisible para todos los hombres de su alrededor, lo que obviamente le hace perder tanto en el afecto, como en el trabajo, dando paso a la temprana adultez de sus hijas y su marcha del hogar, sabiendo que el futuro que les espera será muy parecido. En definitiva, sobran argumentos para aceptar que el tema de la película es la pérdida de la belleza femenina y, en consecuencia, la pérdida del sentido.
Lo más curioso, en este caso, es que la solución que nos ofrece Blandine Lenoir a tan estrepitosa e inevitable tragedia, no es la esperanza de que encontrar, como aguja en un pajar, a un hombre con su respectivos achaques y envejecimientos que sea capaz de sentir amor por una humana mortal de su misma especie. Sorprendentemente, 50 primaveras apuesta por la unión y la fraternidad entre mujeres. Está bastante bien, pero sigue resultando gracioso, porque podría ser al revés. Podríamos dejar de reírnos, o de intentar producir humor a través de estas nociones comunes sobre las mujeres, y comenzar a reproducir de verdad estas relaciones de comunidad, apoyo, sororidad y hermandad, en lugar de asumirlas como solución a las pérdidas que sufriremos cuando dejemos de ser atractivas.
Podríamos de verdad hacerlo, y enseñárselo a las niñas.
Por todos estos motivos, 50 primaveras y Blandine Lenoir, han querido contribuir al contra-relato con éxito confuso, aunque como pieza de entretenimiento, sea una buena opción para relajarse y engancharse a una historia divertida, de fácil digestión, y mucha ternura.